Vitruvio: Libro sexto

La rédaction
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Los Diez Libros de Arquitectura

Introducción

El filósofo Aristipo, discípulo de Sócrates, víctima de un naufragio, fue arrojado a las costas de la isla de Rodas y al advertir unas figuras geométricas dibujadas en la arena, cuentan que gritó a sus compañeros: «Tengamos confianza, pues observo huellas humanas.» En seguida se dirigió a la ciudad de Rodas y se encaminó directamente hacia el gimnasio. Allí empezó a discutir sobre temas filosóficos y fue objeto de numerosos regalos que no solamente le sirvieron para equiparse él de manera distinguida, sino que también suministró a sus compañeros vestidos y todo lo necesario para vivir.
Sus compañeros quisieron regresar a su país de origen y le preguntaron si quería darles algún mensaje para su casa. Les ordenó que dijeran: «Es preciso equipar a los hijos con provisiones y recursos que permitan ponerse a salvo a nado, incluso en un naufragio.»
Efectivamente la auténtica protección de la vida es la que permanece intacta ante los golpes adversos de la fortuna, ante los cambios políticos y ante la devastación de una guerra. Teofrasto corrobora igualmente esta opinión y exhorta que es mejor ser sabios que poner toda nuestra confianza en el dinero; se expresa así:
«Solamente el hombre sabio no se siente extranjero en países lejanos, sólo él cuenta con numerosos amigos aunque haya perdido a sus familiares y parientes; en cualquier ciudad se comporta como un ciudadano más y sin ninguna clase de temor está capacitado para subestimar los infortunios; quien piense que la verdadera protección la dan únicamente las riquezas y no las ciencias, es como sí marchara por caminos resbaladizos y, con toda seguridad, será victima de una vida inestable e insegura.»
En parecidos términos se expresa Epicuro: «La Fortuna regala a los sabios muy pocos dones; lo realmente importante y necesario es bien administrado por las reflexiones de su espíritu y de su entendimiento.» Otros muchos filósofos han corroborado esta misma opinión; y también los antiguos poetas griegos que escribieron comedias y que en sus versos, cuando son declamados en el teatro, reflejan este mismo parecer; podemos citar a Eucrates, Quiónides, Aristófanes, y sobre todo a Alexis, quien afirmó que los atenienses eran merecedores de las más elogiosas alabanzas, pues así como las leyes de otras ciudades griegas obligan a que los hijos alimenten a sus padres, en Atenas solamente obligan a alimentar a aquellos padres que han instruido a sus propios hijos en las artes (Parece referirse a una ley dictada por Solon, en torno al 594 a. C.). Todos los dones que concede la Fortuna, ella misma los quita con suma facilidad, pero la ciencia que se graba en el entendimiento no se desvanece con el paso del tiempo, sino que permanece estable hasta el fin de la vida. Por ello, me siento profundamente agradecido a mis padres ya que, obedeciendo las leyes de los atenienses, pusieron toda su preocupación y cuidado en que yo me instruyera en un arte que no puede cultivarse sí no es gracias a una educación completa y a un total conocimiento de todo tipo de instrucciones. Paulatinamente se fueron acrecentando mis conocimientos de las artes prácticas, gracias al cuidado de mis padres y a las enseñanzas de mis maestros; me resultaban gratificantes los temas de erudición, de aplicación técnica y con la lectura de libros equipé y enriquecí mi espíritu; el mayor beneficio es no crearse necesidades y aceptar que la mayor riqueza consiste en no desear nada. Algunos quizás opinen que estas reflexiones son algo nimio y que realmente son sabios los que poseen mucho dinero. Así, la mayoría, esforzándose por lograr este objetivo, han alcanzado la fama sumando a sus riquezas una gran audacia.
Pero yo, ¡OH César!, nunca consideré mi dedicación al arte como un trampolín para conseguir dinero, sino que más bien he preferido la pobreza con una vida honrada a las riquezas que se consiguen con trampas y deshonras. Hasta el presente he logrado muy poco reconocimiento, pero con la publicación de estos volúmenes espero que mi nombre se perpetúe en los siglos venideros. No debe causar ningún asombro que yo sea un verdadero desconocido para muchos. Los demás arquitectos andan suplicando y litigando con objeto de conseguir obras, pero a mí me han enseñado mis preceptores que es más conveniente emprender una obra cuando te vienen a buscar y no cuando tú vas suplicándola y mendigándola, pues el talento noble y sincero se altera por la vergüenza de solicitar una obra que puede ser objeto de sospecha, ya que siempre se busca a personas generosas y no a los que simplemente se limitan a recibir nuestra ayuda. Efectivamente, ¿no habrá motivo para pensar que un ciudadano sospeche que se le solicitan gastos de su propio patrimonio para el propio interés y provecho del demandante?, ¿no juzgará que se va a desviar en beneficio de la otra persona? Por ello, nuestros antepasados encargaban, en primer lugar, sus obras a arquitectos que gozaban de estima por pertenecer a familias distinguidas y, sólo posteriormente, averiguaban si habían recibido una buena educación, pues estaban convencidos que se debía confiar en la modestia de las personas honestas y no en la audacia de los arrogantes. Los mismos arquitectos enseñaban exclusivamente a sus propios hijos o parientes y educaban como hombres de bien a quienes les eran confiadas, sin recelar, grandes cantidades de dinero de los edificios más complejos.
Cuando observo que el prestigio de esta ciencia tan noble está en manos de personas carentes de los mínimos conocimientos, de inexpertos, e incluso de individuos que no tienen la más mínima idea ni de arquitectura ni de construcción, no puedo menos que elogiar a aquellos padres de familia que, alentados por la seriedad de su erudición, deciden construir por sí mismos; antes que confiar en personas inexpertas prefieren valerse por sí mismos, para gastar su dinero siguiendo su propia voluntad y no confiar en el capricho de personas ajenas. Nadie se atreve a hacer en su propia casa un trabajo de artesanía, como pueda ser de zapatero, de batanero o cualquier otra actividad que sea fácil de practicar, pero sí se atreven a ejercer de arquitectos, porque las personas que profesan la arquitectura se auto definen con toda facilidad como arquitectos, cuando en realidad ignoran este arte auténtico. Por todo ello, me he decidido a escribir, con todo el cuidado posible, un estudio completo de Arquitectura, con todas sus normas, en la convicción de que mi trabajo será positivamente reconocido por todos. Y ya que en el libro quinto he tratado sobre la situación más ventajosa de los edificios públicos, en éste iré explicando la teoría de los edificios privados. Y la simetría de sus proporciones.

Capitulo 1. Las condiciones climáticas y la disposición de los edificios

Los edificios privados estarán correctamente ubicados si se tiene en cuenta, en primer lugar, la latitud y la orientación donde van a levantarse. Muy distinta es la forma de construir en Egipto, en España, en el Ponto, en Roma e igualmente en regiones o tierras que ofrecen características diferentes, ya que hay zonas donde la tierra se ve muy afectada por el curso del sol; otras están muy alejadas y otras, en fin, guardan una posición intermedia y moderada.
Como la disposición de la bóveda celeste respecto a la tierra se posiciona según la inclinación del zodíaco y el curso del sol, adquiriendo características muy distintas, exactamente de la misma manera se debe orientar la disposición de los edificios atendiendo a las peculiaridades de cada región y a las diferencias del clima. Parece conveniente que los edificios sean abovedados en los países del norte, cerrados mejor que descubiertos y siempre orientados hacia las partes más cálidas. Por el contrario, en países meridionales, castigados por un sol abrasador, los edificios deben ser abiertos y orientados hacia el cierzo. Así, por medio del arte se deben paliar las incomodidades que provoca la misma naturaleza. De igual modo se irán adaptando las construcciones en otras regiones, siempre en relación con sus climas diversos y con su latitud.
Todo ello lo debemos observar y considerar a partir de la misma naturaleza, e incluso nos sirven de testimonio los miembros y cuerpos de las personas. En los lugares donde el sol calienta moderadamente, los cuerpos poseen una temperatura templada; en los lugares que son muy cálidos por su proximidad al curso del sol, éste con sus rayos abrasadores absorbe su humedad; por el contrario, en las regiones frías, muy distantes del mediodía, la humedad no queda absorbida por completo, debido al escaso calor de los rayos solares y, además, el aire fresco, más corpulentos e incluso el tono de su voz es más grave. De aquí que los pueblos que habitan en las regiones del norte ofrecen en su aspecto exterior una complexión corpulenta, un tono de piel claro, cabellos rubios y alisados, ojos azules y gran abundancia de sangre, debido a la profusión de humedad y a su frío clima; los pueblos que habitan en las proximidades de la parte meridional y bajo la órbita del sol, debido a la fuerza de los rayos solares, son de pequeña estatura, morenos, de cabellos rizados y ojos negros, piernas vigorosas y escasez de sangre.
Precisamente, por la pobreza de su sangre son hombres cobardes para la guerra, pero soportan sin ningún problema los calores y la fiebre, ya que sus miembros están nutridos por el calor. Por tanto, las personas que han nacido en países del norte son cobardes y débiles para soportar la fiebre pero, por su abundante sangre, soportan valientemente las guerras.
El sonido de sus voces posee igualmente propiedades dispares y variadas en los distintos pueblos, y es debido a que el límite de separación del oriente y del occidente en torno al nivel de la tierra —donde se dividen el hemisferio norte y el hemisferio sur— parece formar como un círculo nivelado de manera natural, que los matemáticos llaman orizonta. Esto es ciertamente así y así lo tenemos fijado en nuestra mente: trazando una línea imaginaria desde el borde de la región septentrional hasta el borde situado sobre el eje meridional, y desde este eje trazando otra línea oblicua que al elevarse llegue hasta el polo superior, que está situado detrás de la Osa Mayor, observaremos sin duda alguna que estas líneas forman en el mundo la figura de un triángulo, como ese instrumento musical que los griegos llaman el sambucen. (La sambuca era un instrumento musical triangular, de cuerdas desiguales, semejante al arpa).
Los habitantes de las naciones situadas en el espacio contiguo al polo inferior, en las regiones meridionales que se extienden desde la línea del eje en las regiones meridionales, poseen un tono de voz suave y muy agudo, debido a la escasa altura del límite del mundo, similar al sonido que emite la cuerda más próxima al ángulo en el «sambucen.» Las restantes naciones, hasta la parte intermedia que ocupa Grecia, poseen un tono de voz más bajo y producen un todo armónico, según el tono propio de cada nación. De igual modo, desde la parte intermedia hasta la parte extrema del septentrión van creciendo ordenadamente los tonos de los habitantes de las distintas naciones, que se articulan de modo natural, mediante sonidos bastante más graves. Da la impresión que todo este sistema del mundo se ha estructurado armonicamente, gracias a su propia inclinacion que se debe a la temperatura del sol.
Las naciones situadas en la zona intermedia, entre el Ecuador y el Polo Norte, al hablar tienen un tono de voz intermedio, como los tonos medios del diagrama musical; las naciones situadas progresivamente en dirección al septentrión, debido a que guardan una mayor distancia respecto al eje del mundo, poseen un tono de voz muy afectado por la humedad, como el “hypaton” y el «proslaníbanomenon», y se ven obligados por la naturaleza a hacer uso de un tono más profundo; si vamos progresando desde las regiones intermedias hacia el sur, los pueblos poseen un tono muy agudo, similar a los «paranetes» y a los «netes». Mediante un sencillo experimento se puede comprobar que todo lo que digo es verdad: en los lugares húmedos el tono de la voz es más grave que en los lugares cálidos, cuyo tono es mucho más agudo; tómense dos copas de un mismo peso cocidas por igual en un mismo horno y que emitan idéntico sonido al golpearías. Sumérjase en agua una de las copas y nada más sacarla golpéense arribas. Si se procede de esta manera, el sonido que emiten es sensiblemente diferente y su peso también es muy distinto. Lo mismo sucede respecto a los cuerpos de los hombres, pues, aunque su configuración sea la misma y estén bajo una misma conjunción del cielo, como consecuencia del calor que afecta a su país, poseen un tono de voz más agudo y otros pueblos, por la influencia de una excesiva humedad, emiten sus palabras con tonos muy graves.
Los pueblos meridionales, por causa de la rarefacción del aire, poseen una mayor agudeza mental en sus reflexiones y deliberaciones, actúan con gran intuición y facilidad; los pueblos del norte, sin embargo, afectados por la densidad del aire tienen menos reflejos, pues padecen un clima más frío y húmedo. Lo podemos observar también en las serpientes, ya que, cuando por el calor carecen de humedad fría, se agitan con suma rapidez; mas durante la estación húmeda y durante el invierno quedan ateridas por el cambio del clima y permanecen en letargo, entumecidas. No nos causa ninguna admiración que el clima cálido agudice la mente de los hombres y que, en cambio, el frío embote su inteligencia.
Ciertamente los pueblos del mediodía están dotados de una inteligencia muy aguda, de una extraordinaria habilidad para tomar decisiones, pero cuando se trata de emprender acciones que requieren fortaleza, acaban rindiéndose, ya que su fuerza de ánimo está muy mermada por el sol; los pueblos que habitan las regiones frías están mucho mejor dotados para el empleo de las armas, carecen de temor, son muy valerosos pero, por su torpeza intelectual, atacan imprudentemente y sus proyectos son fácilmente rechazados, ya que no son nada resolutivos. En efecto, la distribución natural del mundo ha objetivado que todas las naciones se diferencian por su propio carácter particular y personal; el pueblo romano ocupa el espacio intermedio de todo el orbe y de las regiones situadas en el centro del mundo. En Italia, sus pueblos están perfectamente proporcionados bajo este doble punto de vista, es decir, son fuertes física y mentalmente. Como es el planeta Júpiter que recorre su periplo muy mesuradamente, guardando una equidistancia entre el calidísimo Marte y el gélido Saturno; de igual manera, Italia ofrece unas magníficas cualidades y un temperamento mesurado, pues al estar situada entre el norte y el sur, goza de una equilibrada mezcla de ambos temperamentos. Con sus prudentes proyectos supera la fuerza de los pueblos bárbaros y con sus armas vigorosas reprime las hábiles astucias de los pueblos del sur. La mente divina ubicó la capital del pueblo romano en una región excelente y templada, para que se adueñara de todo el mundo.
Mas si las regiones son diferentes debido a las diversas clases de climas, y también difiere el carácter de los pueblos por sus cualidades anímicas y por su estructura corpórea, no podemos poner en duda que la situación de los edificios debe adaptarse a las peculiaridades de cada nación y de cada pueblo, pues la misma naturaleza nos brinda una demostración palpable y evidente.
Con la mayor claridad que he podido, he ido explicando las propiedades de los distintos lugares que observamos adaptados por la misma naturaleza; me he referido también a la conveniencia de establecer las peculiaridades de los edificios en una justa adecuación al curso del sol, a las diferencias de sus climas y a la estructura física de sus pueblos; pasaré a explicar ahora brevemente la proporción y la simetría, tanto en su conjunto como particularmente, de los diversos edificios.

Capitulo 2. Las proporciones en los edificios

La mayor preocupación de un arquitecto debe ser que los edificios posean una puntual proporción en sus distintas partes y en todo su conjunto. Fijada la medida de su simetría y calculadas perfectamente las proporciones de tal medida, es entonces objetivo de su astucia elegir la naturaleza del lugar en relación al uso y a la belleza del edificio, ajustar sus medidas añadiendo o eliminando lo necesario para conservar siempre su simetría, de modo que parezca que todo se ha ido conformando correctamente y que en su aspecto exterior no se eche nada en falta.
Es muy distinto el aspecto de las cosas que tenemos a mano que el aspecto de lo que está en las alturas; no es lo mismo que un objeto esté en un sitio cerrado que esté al aire libre; pues bien, en todo ello es objetivo prioritario de un juicio pre una fiel percepción del objeto, sino que con frecuencia hace equivocar el juicio de la mente: así sucede en las pinturas y decorados del escenario donde parecen sobresalir en relieve las columnas, las ecforas de los modillones y las estatuas esculpidas, cuando en realidad todo está plasmado en unas planchas perfectamente planas. Lo mismo ocurre con los remos de las naves, pues aunque son rectos, sin embargo bajo el agua ofrecen a la vista la imagen de que están doblados; la parte del remo que está fuera de la superficie del agua aparece totalmente recta, como es en realidad, pero la parte del remo sumergida bajo el agua, debido a la transparencia y poca densidad del agua, proyecta hacia la superficie horizontal del agua unas imágenes fluctuantes, como si fueran nadando desde los mismos remos. Da la impresión que estas imágenes cambiantes son las que producen que la vista el aspecto de unos remos doblados. Bien, el hecho de que nosotros veamos se debe al estímulo de las imágenes sensitivas, o bien al estimulo de los rayos visuales que proceden profusamente de nuestros ojos, según la explicación que más satisface a los físicos; ambas alternativas parecen correctas para justificar la falacia del sentido de la vista, que ocasiona el que emitamos juicios erróneos. Por tanto, como lo que es objetivamente verdadero parece falso y como, con cierta frecuencia, se demuestra que algunos objetos no son tal como nos los ofrece la vista, en mi opinión no cabe la menor duda de que deben hacerse añadidos o disminuciones según la naturaleza o condiciones del lugar, pero teniendo siempre en cuenta que, en tales construcciones, nunca se eche nada en falta; esto se logra con habilidad e ingenio y no sólo con teorías estudiadas.
Lo primero que debemos establecer son las reglas de la simetría de donde se deriven las diversas alternativas o modificaciones con toda exactitud; despues, se determinará la medida longitudinal del solar del futuro edificio, cuyas dimensiones se fijarán a la vez; seguidamente se establecerá el ajuste exacto de la proporción, para lograr un aspecto exterior decoroso, de modo que quede perfectamente clara, a quien lo vea, la euritmia. Sobre la euritmia y sobre la forma de lograrla debo ofrecer una explicación, pero antes pasaré a exponer la forma de construir los atrios o patios de las casas.

Capitulo 3. Los atrios

Deben distinguirse cinco clases diferentes de atrios, cuyos nombres responden precisamente a su aspecto: «toscano», «corintio», «tetrástilo», «displuviado» y «abovedado». Los atrios toscanos son aquellos en los que las vigas, que cruzan el ancho del atrio, tienen unos puntales pendientes y unos maderos (que soportan los canales para recoger el agua) que desde los ángulos de las paredes van a parar a los ángulos de las vigas que cruzan el atrio; mediante unos tirantes se forma una pendiente para que discurra el agua hacia el compluvio, situado en medio del techo del atrio. En los atrios llamados corintios, colóquense las vigas y el compluvio de la misma manera que en el atrio toscano, pero sepárense las vigas de las paredes y apóyense en unas columnas que rodearán el espacio que queda al descubierto. Los atrios tetrástilos ofrecen una gran solidez, ya que poseen columnas angulares debajo de las vigas que le sirven de soporte, por lo que no deben sustentar una gran presión ni cargar con los puntos pendientes.
Se llaman atrios displuviados a los que tienen las viguetas de los canales de manera que soportan la superficie de la abertura del tejado e impiden el vertido del agua (ya que carecen de aleros que viertan el agua en el compluvio). En invierno prestan una gran ventaja pues al estar sus compluvios levantados, posibilitan que penetre la luz en los triclinios; pero presentan un gran inconveniente debido a sus frecuentes reparaciones, ya que poseen unos canales por donde discurre el agua de lluvia en torno a las paredes; en ocasiones tales canales son incapaces de desaguar con rapidez toda el agua que reciben, por lo que el agua se desborda inundándolo todo, provocando un grave perjuicio tanto a la madera como a las paredes de estas construcciones.
Se emplean atrios abovedados donde el vano no es muy ancho y encima de su entramado se da la posibilidad de habilitar habitaciones espaciosas.
La longitud y la anchura de los atrios condicionan tres clases distintas. Primera clase: cuando se divida su longitud en cinco partes y se den tres de estas partes a su anchura; segunda clase: cuando se divida su longitud en tres partes y se den dos a su anchura; tercera clase: cuando su anchura quede fijada en un cuadrado de lados iguales y trazando en el mismo cuadrado una línea diagonal mida lo mismo que la longitud del atrio. La altura de los atrios hasta la parte que queda debajo de las vigas medirá una cuarta parte menos que su longitud; la parte restante será para los artesonados y para la cubierta de la casa, inmediatamente debajo de las vigas.
La anchura de las alas, a derecha e izquierda, medirá una tercera parte de la longitud del atrio, cuando éste mida entre treinta y cuarenta pies. Si mide entre cuarenta y cincuenta pies, se dividirá su longitud en tres partes y media y se dará a las alas una de estas partes. Si su longitud mide entre cincuenta y sesenta pies, la longitud de las alas será de una cuarta parte. Si mide entre sesenta y ochenta, divídase en cuatro partes y media y se dará a la anchura de las alas una de estas cuatro partes. Si mide entre ochenta y cien pies, divídase la longitud en cinco partes y se dará a la anchura de las alas una parte proporcionada. Los dinteles de las puertas alcanzarán una altura equivalente a su anchura.
Si la anchura del atrio fuera de veinte pies, el tablino (era una sala que servia de archivo, donde se guardaban importantes documentos. Como dirá Vitrubio, unas líneas mas abajo, también podía tener imágenes) ocupará dos terceras partes. Si fuera de treinta a cuarenta pies, se dará al tablino la mitad de la anchura del atrio. Cuando mida entre cuarenta y sesenta pies, divídase dicha anchura en cinco partes y se darán dos partes al tablino, ya que no es posible que los atrios más pequeños posean la misma proporción de simetría que los más grandes. En efecto, si hacemos uso de la simetría de los atrios más grandes aplicándola a los más pequeños, resultarán francamente impracticables el tablino y las alas; si, por el contrario, aplicamos la simetría de los tablinos más pequeños a los más grandes, los elementos que componen éstos resultarán excesivamente grandes y desproporcionados. Por ello, he decidido concretizar la proporción exacta de sus dimensiones, atendiendo a su utilidad y a su aspecto exterior. La altura del tablino hasta las vigas se alzará una octava parte más de lo que mida de anchura. Su artesonado se elevará una tercera parte de su anchura. En los atrio mas pequeños, la entrada tendrá dos tercios de la anchura del tablino; si se trata de atrios mayores su anchura será la mitad. Las imágenes, así como los elementos ornamentales, se colocarán a una altura que sea igual a la anchura de las alas.
La relación de la anchura de las puertas respecto a su altura coincidirá con la proporción dórica, si se trata de puertas dóricas; si son jónicas, se mantendrá la proporción del orden jónico, tal como han quedado expresadas las proporciones de simetría en el libro cuarto, al tratar el tenía de las puertas.
La anchura de la abertura del compluvio (otras edificaciones se refieren al compluvio) medirá no menos de una cuarta parte, ni más de una tercera parte de la anchura del atrio; su longitud guardará proporción respecto al atrio.
Los peristilos (el peristilo es un espacio al aire libre, rodeado de un pórtico con columnas. Es de origen griego), colocados transversalmente, serán una tercera parte mayores en su longitud que en su profundidad. Sus columnas tendrán una altura equivalente a la anchura de los pórticos; los intercolumnios guardarán entre sí una distancia que no debe ser menor del triple ni mayor del cuádruple del diámetro de las columnas. Si las columnas del peristilo son de estilo dórico, los módulos guardarán la proporción de este estilo, descrita en el libro cuarto, y los triglifos se adaptarán a tales módulos.
La longitud de los triclinios (se trata de los comedores; su denominación hace referencia a los tres divanes, colocados en tres lados de las mesas) deberá ser el doble de su propia anchura. La altura de las habitaciones que sean alargadas guardará la siguiente proporción: sumaremos su longitud y su anchura; tomando la mitad de la suma total, se la daremos a su altura. Pero si se trata de exedras o bien de salas cuadradas de reuniones, su altura medirá lo mismo que su anchura más la mitad. Las galerías de pintura (pinacotecas) deben tener amplias dimensiones, como las exedras. Las salas corintias y tetrástilas, llamadas «egipcias», guardarán las mismas proporciones que anteriormente hemos descrito al tratar sobre los triclinios; pero, como tienen intercaladas unas columnas, han de ser más espaciosas.
He aquí la diferencia entre las salas corintias y las salas egipcias: las corintias tienen una sola hilera de columnas, que se apoya en un podio, o bien directamente sobre el suelo; sobre las columnas, los arquitrabes y las cornisas de madera tallada o de estuco, y, encima de las cornisas, un artesonado abovedado semicircular (rebajado). En las salas egipcias, los arquitrabes están colocados sobre las columnas y desde los arquitrabes hasta las paredes, que rodean toda la sala, se tiende un entramado; sobre el entramado se coloca el pavimento al aire libre, ocupando todo su contorno. En perpendicular a las columnas inferiores y sobre el arquitrabe se levanta otra hilera de columnas, una cuarta parte más pequeñas. Encima de su arquitrabe y de los elementos ornamentales se tiende el artesonado y se dejan unas ventanas entre las columnas superiores; de esta forma, las salas egipcias se parecen más a las basílicas que a los triclinios corintios.
También hay otro tipo de salas que no siguen el uso y la costumbre de Italia, que los griegos llaman cyzicenos. Estas salas están orientadas hacia el norte y, sobre todo, hacia zonas ajardinadas; en su parte central poseen unas puertas de dos hojas. Su longitud y su anchura deben permitir que se puedan ubicar dos triclinios, uno en frente de otro y un espacio suficientemente amplio a su alrededor; a derecha y a izquierda se abren unas ventanas de doble hoja, para poder contemplar los jardines desde los mismos lechos del triclinio. Su altura será equivalente a su propia anchura más la mitad.
En todas estas clases de construcciones se deben seguir las normas de la simetría que puedan observarse, adaptándolas a las condiciones del lugar; sin ninguna dificultad se conseguirá suficiente luz si no se levantan paredes tan altas que impidan su paso; pero sí se encuentra un serio obstáculo por ser muy angostas las calles o por otros inconvenientes, será la ocasión de añadir o eliminar algunas normas de la simetría con ingeniosa habilidad, siempre que se consiga un resultado elegante, que responda a las normas auténticas de la simetría.

Capitulo 4. Aspectos pertinentes de las distintas salas

Pasaremos ahora a tratar sobre las particularidades de las distintas estancias, fijándonos en su finalidad y en su adecuada orientación. Los triclinios de invierno y las salas de baño se orientarán hacia poniente, ya que es preciso aprovechar bien la luz del atardecer; además, el sol, en su ocaso, ilumina directamente aunque con una menor intensidad de calor, lo que provoca que esta orientación propicie un tibio calor en las horas del crepúsculo. Los dormitorios y las bibliotecas deberán orientarse hacia el este, ya que el uso de estas estancias exige la luz del amanecer y, además, se evitará que los libros se pudran en las estanterías. Si quedan orientadas hacia el sur o hacia el oeste, los libros acaban por estropearse como consecuencia de las polillas y de la humedad, ya que los lentos húmedos, que soplan desde dichos puntos cardinales, generan y alimentan las polillas y al penetrar su aire húmedo enmohece y echa a perder todos los volúmenes.
Los triclinios de primavera y de otoño se orientarán hacia el este, pues, al estar expuestos directamente hacia la luz del sol que inicia su periplo hacia occidente, se consigue que mantengan una temperatura agradable, durante el tiempo cuya utilización es imprescindible. Hacia el norte se orientarán los triclinios de verano, pues tal orientación no resulta tan calurosa como las otras durante el solsticio, al estar en el punto opuesto al curso del sol; por ello, permanecen muy frescas, lo que proporciona un agradable bienestar.
Igualmente, las pinacotecas, las salas de bordar, los estudios de pintura, se orientarán hacia el norte para que los colores mantengan sus propiedades inalterables al trabajar con ellos, pues la luz en esta orientación es constante y uniforme.

Capitulo 5. La disposición mas conveniente de las casas, según la categoría social de las personas

Una vez que hemos fijado la orientación más adecuada, debe ponerse toda la atención en los edificios privados, en las distintas normas que deben observarse para ubicar las habitaciones particulares y exclusivas de la familia y, por otra parte, las estancias que vayan a ser comunes también para las visitas. En las habitaciones privadas, exclusivamente se permite la entrada a los invitados, no a todo el mundo, como son los dormitorios, triclinios, salas de baño y otras habitaciones que tienen una finalidad similar. Se llaman estancias comunes a las que tiene acceso, por derecho propio, cualquier persona del pueblo e incluso sin ser invitada, como son los vestíbulos, los atrios, los peristilos y demás estancias cuyo uso y finalidad son similares. Por tanto, quien posea un escaso patrimonio no precisa de vestíbulos suntuosos, ni de recibidores, ni de atrios magníficos, ya que son ellos los que se ven obligados a visitar a otras personas y nadie acude a visitarlos. Los que viven de los productos del campo deben disponer sus establos y sus tiendas en los vestíbulos, y en el interior de la vivienda se situarán las bodegas, graneros y despensas, cuya finalidad es guardar los productos, más que ofrecer un aspecto elegante. Los prestamistas y arrendadores dispondrán de casas más cómodas, mas amplias y protegidas frente a posibles manejos ocultos. Los abogados e intelectuales habitarán casas más elegantes y espaciosas, con el fin de celebrar sus reuniones cómodamente; los ciudadanos nobles y quienes ostentan la responsabilidad de atender a los ciudadanos por ejercer cargos políticos o magistraturas, deben disponer de vestíbulos regios, atrios distinguidos, peristilos con gran capacidad, jardines y paseos adecuadamente amplios, en consonancia con el prestigio y la dignidad de sus moradores; y además bibliotecas y basílicas que guarden una digna correlación con la magnificencia de los edificios públicos, dado que en sus propios domicilios se celebran decisiones de carácter público, juicios y pruebas de carácter privado, con cierta frecuencia.
Si los edificios se adecuan al estamento social de sus inquilinos, tal como ha quedado descrito en el libro primero al tratar sobre el tema del «decoro», no habrá nada que censurar, pues cada elemento guardará y ofrecerá un proporcionado y apropiado objetivo. Tales explicaciones son válidas para las construcciones urbanas y también para las rústicas, exceptuando que en la ciudad los atrios normalmente están contiguos a las puertas de acceso y en el campo los peristilos, que imitan los usos y modas urbanos, se encuentran en primer término; a continuación, los atrios con pórticos pavimentados alrededor, orientados siempre hacia los gimnasios y hacia los paseos.
Como mejor he podido y de una manera sucinta he expuesto las normas de los edificios urbanos; trataré ahora sobre las casas de campo, considerando su comodidad de acuerdo a su propio uso; en concreto pasaré a explicar la manera mas conveniente de situarlas

Capitulo 6. Las casas de campo

Como hicimos en el primer volumen al estudiar los asentamientos de las ciudades, el primer aspecto que se debe considerar es el que se refiere a la salubridad que condiciona la orientación y la construcción de las casas de campo. Sus dimensiones se acomodarán a las medidas de las tierras y al volumen de las cosechas que se recojan. Los establos se adaptarán al número de reses y de yuntas de bueyes que sean necesarios para trabajar en el campo. En los corrales, la cocina ocupará el lugar más cálido. Junto a la cocina, los establos de bueyes tendrán sus pesebres orientados hacia la chimenea y hacia el este, ya que los bueyes pierden su violencia si ven la luz y el calor. De aquí que los campesinos, a pesar de no conocer muy bien las posibilidades que ofrece una adecuada orientación, piensan que no conviene que los bueyes queden orientados hacia otro punto cardinal que no sea el este. La anchura de los establos no debe ser menor de diez pies ni mayor de quince pies; su longitud se fijará de modo que cada par de bueyes ocupe, al menos, siete pies. Las salas de baño también se situarán junto a la cocina, pues así quedará cerca el servicio para el aseo de los campesinos. Asimismo cerca de la cocina se colocará la almazara, pues de este modo será más fácil elaborar la cosecha de aceite. También contigua a la cocina estará la bodega de vino, si estuviera orientada hacia otro punto donde el sol pudiera recalentar la bodega, por efecto del calor el vino almacenado terminará turbio y sin grados.
La despensa del aceite se ha de orientar de modo que entre la luz desde el sur y desde las zonas más templadas; el aceite no debe congelarse, sino mantenerse fluido gracias a un propicio calor ambiental. Sus dimensiones serán adecuadas a la cantidad recogida de frutos y al número de tinajas; si se trata de tinajas con capacidad de veinte cántaros, su parte central deberá medir cuatro pies; si la prensa no es de torno sino de pasadores y vigas, ocupará una estancia de no menos de cuarenta pies de longitud, pues así, el que maneje la prensa tendrá espacio suficientemente amplio. Su anchura no será menor de dieciséis pies porque, cuando los operarios lleven a cabo su trabajo, lo realizarán de manera fácil y sin estorbos. Si fuera preciso colocar dos prensas, el ancho de la bodega no será menor de veinte pies.
Los rediles para las ovejas y las cabras serán suficientemente grandes, de modo que cada animal disponga de un espacio no menor de cuatro pies y medio, ni mayor de seis pies. Los graneros elevados se situarán mirando hacia el norte o bien hacia el cierzo, ya que de este modo se impedirá que se recaliente el grano de trigo al quedar aireado por el viento, lo que favorece que se conserve con frescura durante mucho tiempo. Cualquier otra orientación genera el gorgojo y otras clases de insectos nocivos para el grano de trigo.
Los establos, importantísimos en las casas de campo, se colocarán en las zonas más cálidas; pero no deben orientarse hacia el calor del fuego pues, si las caballerías están cerca del fuego, se hacen muy agresivas.
Tiene sus ventajas el colocar los pesebres lejos de la cocina, en lugares abiertos y orientados hacia el este, ya que cuando los bueyes son acarreados a las cuadras por la mañana, incluso en los días claros del invierno, se desarrollan más hermosos, al tomar su forraje. Los graneros, los pajares para el heno, las tahonas y los molinos estarán situados lejos de la casa de campo, con el fin de que éstas no corran peligro sí se incendian las granjas. Si fuera a construirse en las casas de campo alguna estancia más elegante, se han de observar las normas de la simetría que hemos reflejado anteriormente al estudiar los edificios urbanos, pero teniendo siempre en cuenta que no han de suponer ningún estorbo para las labores propias del campo.
Debe ponerse el máximo cuidado en que todos los edificios queden perfectamente iluminados. Conseguir este objetivo parece mucho más sencillo en las casas de campo ya que no se interponen las paredes de viviendas vecinas —al estar aisladas— que puedan obstaculizar su luminosidad; en la ciudad, sin embargo, la altura de las paredes comunes y las calles angostas constituyen un verdadero inconveniente para la luminosidad de las viviendas.
Para solventar este problema, procédase de la siguiente manera: desde la parte que se considere más apropiada para que penetre la luz, trácese una línea desde lo alto de la pared que obstaculice el paso de la luz, hasta el punto donde se necesite, y si desde esta teórica línea, mirando hacia arriba puede contemplarse un amplio espacio del cielo, sin ningún problema la luz llegará a este punto.
Pero si el obstáculo lo constituyen las vigas, los dinteles o bien los entramados, se facilitarán aberturas desde las partes más altas y así penetrará la luz. En conclusión, debe procederse siempre de forma que las aberturas de las ventanas queden situadas en cualquier parte que permita contemplar el cielo; así se lograrán edificios bien iluminados. Es muy necesaria la luz en los triclinios y en otras habitaciones, pero sobre todo en los pasillos, rampas y escaleras ya que con frecuencia se cruzan unas personas con otras, cargadas con fardos.
He ido explicando, como me ha sido posible, la distribución de los edificios para nuestro uso, con el fin de que resulte todo muy claro a nuestros constructores. Pasaré a exponer brevemente la forma cómo acostumbran a levantar los griegos sus edificios, de modo que quede suficientemente explícito.

Capitulo 7. Las casas griegas

Corno los griegos no utilizan atrios, no los construyen; desde la puerta de entrada, quienes acceden a la vivienda se encuentran directamente con un pasillo, no muy ancho; a un lado se hallan los establos y al otro las estancias para los porteros, e inmediatamente, las puertas interiores. El espacio que inedia entre las dos puertas se llama en griego tkyroron. A continuación está la. entrada al peristilo, que tiene un pórtico sólo por tres de sus lados; en la parte orientada hacia el sur se levantan dos pilastras que guardan entre sí una separación considerable; sobre estas se tienden unas vigas y se retrotrae hacia el interior un espacio equivalente a dos tercios de la distancia entre las pilastras. Algunos llaman a este espacio interior prostas, otros pastas.
En la parte interior de estos espacios se encuentran unas grandes salas donde las madres de familia se sientan para hilar. A derecha y a izquierda de las «prostas» se encuentran los dormitorios, uno se llama thalamus y el otro amphithalamus.
Rodeando los pórticos encontramos unos triclinios mas corrientes, los dormitorios y las habitaciones de los esclavos. Toda esta parte de la casa se llama gyneconitis; es la zona reservada a las mujeres.
Proxirnos a esta. zona encontramos unas estancias de mayor extensión, con magníficos peristilos, en los que se levantan cuatro pórticos iguales en altura, o bien simplemente un pórtico con columnas muy altas, orientado hacia el sur.
Este peristilo, que sólo tiene un pórtico de mayor altura, se llama «rodio».
Estas estancias poseen espléndidos vestíbulos y unas puertas muy apropiadas; los pórticos de los peristilos se adornan con artesonado de estuco o de talla delicada. En los pórticos que miran hacia el norte se encuentran los triclinios de Cícico y las pinacotecas; las bibliotecas están en los pórticos orientados hacia el este; hay unas salas de estar en los pórticos orientados hacia el oeste y en los que están orientados hacia el sur hay unos salones y unas entradas rectangulares de gran amplitud, donde totalrnente se acomodan cuatro triclinios y además un espacio suficiente para los sirvientes que atienden las necesidades de los jugadores.
En estas salas se celebran banquetes para hombres, ya que no estaba aceptado, simplemente por costumbre, que las esposas se recostaran junto con sus maridos para comer. Por ello, estos peristilos se llaman andronitides, ira que en ellos solamente hay hombres, sin que les interrumpan las mujeres.
A derecha e izquierda están situados unos pequeños apartamentos con sus correspondientes puertas, triclinios y dormitorios adecuados para acoger a los huéspedes, no en los peristilos sino en las habitaciones de invitados. Cuando los griegos alcanzaron un mayor estatus económico y un mayor refinamiento, disponían para los huéspedes triclinios, dormitorios y despensas con comida.; el primer día los invitaban a comer pero en los tijas sucesivos les suministraban pollos, huevos, verdura, manzanas y productos del campo. De aquí que los pintores, al plasmar en sus cuadros todos los alimentos que recibían los huéspedes, los llamaban xenia t Los cabezas de familia disfrutaban de suficiente libertad en estos apartamentos para huéspedes: daba [a impresión que estuvieran en su propia casa y no en tina hospedería. Entre los dos peristilos y las habitaciones de huéspedes hay unos pasillos — llamados mesauloe— pues estan en medio de las dos construcciones; nosotros los llamamos “andrones”.
Ciertamente resulta chocante, pues este término no se corresponde en griego y en latín. Los griegos llaman «andronas» a las salas donde se celebran banquetes exclusivamente para hombres, pues las mujeres tienen prohibido su acceso. Los mismo sucede con los términos xysto, prothyro, telamones y otros similares. En griego se denomina «xysto» al pórtico de gran amplitud, donde se ejercitan los atletas en la temporada de invierno; nosotros llamamos «xysto» a los paseos descubiertos que los griegos denominan paradromides.
Los griegos denominan «prothyras a los vestíbulos que preceden a las puertas de acceso, y nosotros denominamos “sprotbyras” a lo que los griegos llaman diaíhyra.
Aquí se denominan «telamones» a las estatuas viriles que sustentan los modillones o las cornisas; ignorarnos el origen de este término y las causas de su procedencia: la historia no nos lo transmite; en griego, tales estatuas con figura humana se llaman «atlantas». Según el testimonio de la historia, Atlas se representa sosteniendo todo el universo y que el primero que, con agudeza de ingenio y con habilidad transmitió a los hombres noticias acerca del curso del Sol, de la Luna y de los cuerpos celestes, así como las leyes de sus periplos; por este favor, pintores y escultores lo representan sosteniendo el universo; a sus hijas —Atlántidas— en griego las llaman Pléyades, y nosotros Vergilias pues, transformadas en estrellas, aparecen colocadas en el universo.
No me he detenido en clarificar estos términos, con atan de cambiar el uso de tales nombres ni con afán de modificar los modos de expresión, sino con el fin de que los filólogos tengan un correcto conocimiento etimológico.
He explicado y be puesto de manifiesto la simetría y las proporciones de cada una de estas construcciones, atendiendo a las costumbres y a las normas tanto de Italia como de Grecia. Puesto que anteriormente hemos tratado ya sobre la belleza y el ornato de los edificios, pasaremos ahora a exponer el tema de la estabilidad, fijándonos en la manera que permita una mayor solidez y seguridad durante largo tiempo, sin que presente ninguna clase de defecto.


Capitulo 8. La solidez de los edificios

En primer lugar comenzaré por el «pavimento de cascotes» ( se refiere a la
ruderación), que es el paso previo para el enlucido, con el fin de que se haga con sumo cuidado y previsión y lograr así una sólida base. Si se ha de echar sobre el suelo, debe averiguarse previamente si el suelo es completamente sólido; posteriormente se nivelará y se extenderá una capa de cascotes y gravilla. Si se trata de un suelo de tierra de relleno, en todo o en parte, se consolidará y se apisonará con todo cuidado. En el caso de los entramados, téngase muy en cuenta que no haya bajo el pavimento ninguna pared de las que se elevan hasta la parte superior; si la hubiere, debe rebajarse y así se podrá entarimar encima de ella. De lo contrario, cuando se solidifique, al secarse el entramado o bien al asentarse debido al pandeo, si queda en pie la pared por la solidez de su construccion, necesariamente ocasionará en el pavimento hendiduras a derecha y a izquierda y cii toda su longitud.
Igualmente se ha de poner todo el cuidado en no cambiar tablas de madera de «Ã©sculo» ( El “aesculo” es una planta arbórea con hojas pecioladas.
Algunos autores lo identifican con el roble de invierno», la encina blanca, etc.) con madera de encina, pues la de encina, cuando se humedece, acaba arqueándose y agrietando los pavimentos. Si no hay a mano madera de ésculo y por necesidad nos vemos obligados a utilizar madera de encina, procédase de la siguiente manera: se serrará en planchas de poco grosor, finas, pues cuando menos dureza ofrezcan, más fácilmente podremos unirlas con clavos; clávense dos clavos en la parte extrema de cada una de las vigas para que resulte imposible que se arqueen, levantándose sus partes extremas. No tratamos sobre la madera de cerro, de haya, ni de fresno, pues no son muy duraderas. Una vez colocado el entarimado, extiéndase por encima, si hay a mano, una capa de helecho o bien de paja, con objeto de proteger la madera frente a los problemas que ocasiona la cal.
Posteriormente se extenderá encima una capa de cascote del tamaño de un puño. Colocada la capa de cascotes, se extenderá otra capa de ripios; si se trata de ripios recientes de piedra o de ladrillo molido, se mezclará una parte de cal y tres de ripios; si se trata de ripios procedentes de ruinas o demoliciones, se mezclarán cinco partes de ripios con dos de cal. A continuación se apisonará repetidamente la capa de cascotes utilizando mazos de madera, para que quede perfectamente firme; este trabajo se hará mediante cuadrillas de hombres que ocupen todo el ancho de la capa, hasta que quede con un grosor de al menos nueve pulgadas. Sobre la capa de cascotes se extenderá otra de «restos arcillosos», con la siguiente mezcla: tres partes de polvo de ladrillo con una parte de cal, que formará un lecho de no menos de seis dedos. Sobre este lecho se extenderá el pavimento perfectamente nivelado, bien sea de losetas de mármol, o bien de mosaico. Una vez colocado, daremos al pavimento una adecuada inclinación y se pulirá hasta que —si se trata de losetas— no quede ninguna arista en las baldosas, bien tengan forma de rombo, de triángulo, de cuadrado o de hexágonos, sino que la unión de las junturas esté nivelada una con otra ofreciendo una superficie totalmente plana: sí se trata de pavimento de mosaicos, todos sus bordes deben quedar planos ya que si no fuera así su pulimento no habrá sido correcto. Los pavimentos de azulejos colocados «a espiga», como los que se usan en Tívolí, deben nivelarse con sumo cuidado, ajustándolos de modo que no haya huecos ni salientes sino que queden perfectamente alisados y pulidos; sobre los azulejos pulidos se derramará polvo de mármol y se extenderá encima una capa de cal y de arena.
Los pavimentos que vayan a quedar al aire libre deben adaptarse a tal finalidad, pues al hincharse por la humedad los entramados, o al disminuir su volumen debido a la sequedad, o bien al combarse, sufren variaciones que ocasionan serios problemas en los pavimentos; además, las escarchas y los hielos reducen su durabilidad. Si nos vemos obligados a su utilización, con el fin de que no tengan ningún problema debe procederse así: colocadas las vigas, póngase sobre ellas otras atravesadas, bien sujetas con clavos, lo que posibilitará un doble entablado al entramado; posteriormente, se mezclará una tercera parte de piedras y ladrillos molidos con ripios nuevos, más dos partes de cal que darán un compuesto de cinco elementos para formar el mortero.
Cuando se haya echado una primera capa de cascotes en seco, cúbrase con otra capa de ripios, que, bien apisonados, deben tener un grosor no menor de un pie; colocada esta capa, como antes se ha descrito, se extenderá el pavimento con pequeñas piedras de mosaico de dos dedos de espesor aproximadamente y con un desnivel de dos dedos por cada diez pies; si se prepara todo correctamente y queda todo perfectamente alisado, el pavimento resultará impecable. Para que el mortero que va entre las junturas no sufra daños provocados por las heladas, se cubrirá cada año con heces de aceite, antes del invierno, y así se evitará que penetren las escarchas.
Pero si se quiere conseguir un resultado más cuidadoso, colóquense unas baldosas de dos pies unidas entre sí encima de la capa de cascotes, con mortero; las baldosas tendrán en cada uno de sus lados unas
endiduras o estrías de un dedo de anchura. Estas estrías se rellenarán con cal mezclada con aceite y las junturas bien compactadas entre si quedarán totalmente estregadas. Ya que, cuando se endurezca la cal, insiriéndose en las estrías, impedirá el paso del agua o de cualquier otro líquido a través de las junturas.
Cuando quede totalmente solado se extenderá encima una capa de trozos de ladrillo, que se apisonará con pilones. Sobre ella se colocarán, con el desnivel que antes hemos dicho, unas grandes losas o bien ladrillos molidos puestos en forma de espiga. Si se hace todo de este modo, los pavimentos permanecerán en buen estado, durante mucho tiempo. 

Fuente: Arquba

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